Bitácora erótica – Lima, 05 de Abril 2024
C. Abeo
Una siesta contigo
“La vida no es, después de todo, una invención de la moral: quiere ilusión, vive de la ilusión…”.
—Nietzsche
Época extraña esta, absurda: días sin noches, noches sin días. Todo difuminado, anacrónico, contradictorio…
Me quedé profundamente dormido en la tarde, el cuerpo no daba más.
La mente sí: tiene para rato.
Te volví a encontrar en mis sueños. Te alegrabas de volver a verme y me pedías que me quedara, que no me fuera. Yo te interpelaba sobre lo nuestro y te decía que deseaba hacerte el amor.
Tú me respondías, sensual:
—Espera. Tienes que esperar un año.
—¿Qué? ¿Un año?
Imposible.
Yo te deseo ahora.
No voy a esperar un año. No hay manera…
Creo que no me entiendes. Mejor te explico:
Eres mi deseo primario. El que me nutre de vida. Al que no puedo —ni quiero— renunciar.
Columna. Primer piso. Imagen. Olor. Sabor…
A tal punto mis símbolos mentales te conocen, que:
sé el sabor de tu cuerpo, puedo diferenciar el olor de tu excitación del de tu desprecio,
he lamido varias veces tus pezones erectos,
he mordido con ternura la delicadeza de tus bragas —blancas, negras, violetas, amarillas—
he sentido la energía en tus caderas…
Y sí, definitivamente sí: he gozado con los gritos entregados de un orgasmo imaginario contigo.
¿Y tú me pides que espere un año más?
¿Como quien pide una cita para la visa?
¿Como quien renueva el carné de conducir?
Lo mío es urgencia.
Deseo.
Hambre.
No me pidas que lo reduzca a un trámite administrativo con plazos y reglas.
Te entiendo…
Me quieres seguir escondiendo de tus lealtades.
Aún les temes.
Aún le das prioridad a la moral impostada antes que al deseo primario:
ese que delata tu cuerpo cuando —si te da la gana—
sostienes mi mirada,
tu pijama cortito se agacha,
cruzas las piernas frente a mí…
No sé si podré esperarte un año. Quizá sí. Quizá no.
Lo que me consuela es esto:
mis fantasías no caducan.
No tienen plazo.
Son mías.
Puedo usarlas cuando me dé la gana.
Mis sueños son ese espacio de descontrol donde vale todo,
donde solo a mí me debo lealtad.
No tienen jefe.
No puedo dirigirlos.
No los censuro.
En eso debo admitir que —cuando hago el amor contigo, aunque sea en sueños—
me sirve el superpoder de la imaginación.
Has sido mía muchas veces.
Conozco las reglas del juego, y las rompo.
Conozco cada parte de tu cuerpo:
el sabor de tu clímax,
la firmeza de tus piernas,
la frescura de tus pechos,
el color y el olor de tus bragas,
tus susurros intensos,
el lenguaje de tu cuerpo…
No quería despertar.
Pero hacía frío.
Y olvidé taparme.
Seguramente regresaré a ese paraíso simbólico.
Ahí te veo.
Donde somos carne.
Cuerpo.
Entrega.
Roce.
Todo.
Absolutamente todo.
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