Querida Altamira,
Tengo algo que contarte. Tú sabes que a mí me persigue el absurdo, lo cómico, lo grotesco. Así que respeto, por favor.
Como tú sabes, Anita y yo somos una pareja común y corriente: nos amamos —pero a la vez— nos detestamos; aprovechamos la mínima excusa para dormir en camas separadas; vamos juntos a todas las parrilladas donde nos invitan, pero parece que hubiéramos ido solos.
Lo que aún no te he contado es que, por las vicisitudes de la vida, nos hemos separado —para ser honesto, ni ella ni yo nos aguantábamos—, pero fuimos juntos a una fiesta. No me preguntes qué se celebraba porque no tengo ni idea. Pero ahí estábamos, en la casa de los Campos.
Era una fiesta un poco surrealista. Aparte de nosotros solo estaban el señor Campos, su esposa y su hijo retardado. Nos sentaron en una sala y nos pusieron música criolla en un televisor antiguo. Los Campos nos trataban con cariño, mientras el hijo balbuceaba algo inteligible. Nos dieron algo de tomar mientras veíamos televisión. A pesar de lo absurdo de todo, yo notaba un ambiente agradable.
Por momentos, la fiesta se ampliaba y aparecían cientos de personas, pero luego desaparecían. Veías gente, luego no la veías. Así estuvimos un rato hasta que llegó la hora de irnos. Recuerdo claramente el abrazo de despedida que me dio el señor Campos: cariñoso, efusivo, sensible.
Mientras salía de la casa, la esposa iba detras mío y, más atrás, iba el hijo. Ella —me despedía — bailando una samba brasilera, mientras soplaba un pito de esos que se estiran y me iba lanzando pica-pica de color amarillo: como si fuera mi boda, pero en lugar de arroz, era pica-pica.
En la puerta de salida me encontré con Anita:
—¿Dónde andabas?
—¡Te andaba buscando, pero seguro que le estabas viendo el culo a las invitadas!
—¿A quién? No te diste cuenta de que los invitados aparecían y desaparecían.
—A todas, tú siempre le ves el culo a todas.
—Bueno, pero ese no es tu problema. Estamos separados. ¿O crees que eres mi dueña y me vas a decir qué hacer?
—Sí, soy tu dueña. Soy igual que mi amiga La Negra: ella se separó, pero cada vez que ve a Pablo en terno, se lo tira. Sufre de algo así como sexualidad gerencial o complejo de secretaria pendeja, no lo sé. No lo soporta en la casa, pero se excita cuando lo ve en terno.
—¿Se separaron? No sabía.
Entramos a comer a un restaurante de hamburguesas. Y mientras comíamos, le pregunté:
—¿Te gustó la fiesta? Fue extraña, pero divertida. Sobre todo, considerando que el señor Campos se murió hace como 20 años.
Anita escupió un pedazo de hamburguesa y, con cara de espanto, me dijo:
—No jodas. ¿Cómo que se murió?
—Sí, se murió hace años. Creo que le dio un infarto, un sobrino le pidió los aires de su casa para quedarse 15 días y se quedó como 15 años. Murió de la rabieta.
Anita me quedó mirando intrigada y sorprendida. Yo aproveché para ponerle más ají a mi hamburguesa. A estas alturas, nada me sorprende de este planeta bizarro y absurdo.
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