Diario personal – Lima, 04 de agosto del 2025
C. Abeo
Podría decir un millón de cosas de ti, pero no me provoca decir ninguna.
Alguna vez pensé que me gustaba lo difícil, lo retador, lo prohibido… sin embargo, ahora me doy cuenta de que mi razonamiento estaba errado. No es que me gustaba: lo necesitaba. Y hay una diferencia enorme entre gustar y necesitar.
La vida tiene esas cosas extrañas: te ilusiona lo etéreo, lo que mejor se adapta a tus necesidades, lo que no está a tu alcance.
Pero no tiene nada que ver con lo externo. Es una contradicción interna.
La necesidad viene de adentro, grita lo que no encuentra —o quizás, lo que no tuvo—, y le reclama al cuerpo lo que cree tener derecho a poseer.
No te puedo tener porque, en realidad, no existes.
Pero pareces tan real…
Los gritos no se detienen, me confunden, me hacen ver lo que no se ve. Lo invisible.
¿Qué parte de mí es la que grita por ti?
¿O por lo que cree que eres tú?
No lo sé. Esa puerta siempre está cerrada.
Cuando me zambullo en los laberintos, te escucho.
Pero no puedo abrir esa puerta.
Escucho tus quejidos ancestrales, el cansancio de tu voz, el susurro permanente…
Pero no puedo abrirla.
Podría decir un millón de cosas de ti, pero no diré nada.
Haré valer mi derecho al silencio.
Me acurrucaré a dormir al lado de la paciencia.
No diré nada.
Hasta que me abras la puerta.
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