La volada: el regreso a mí

«Cada vez estoy más convencido de que el amor es el hijo no deseado del trauma. Que, según nuestra historia, escogemos —consciente o inconscientemente— desde qué lugar responder: la victima o el verdugo, el bueno o el malo, el robusto o el famélico…ambos extremos son una mierda. Al final, todos somos hijos e hijas de la inconsciencia”

LA VOLADA

Nunca detuve el tren.
Me subí a la volada sin saber a dónde iba,
con la urgencia de quien huye del vacío
más que de quien persigue un destino.

Pensaba que el tren me llevaba a algún lugar:
algún refugio, algún calor, algún cariño.
Pero nunca entendí —o nunca acepté—
que ese tren iba a la nada.

Ese viaje duró media vida.
Un trayecto largo, agotador, adormecedor.
Sin entender, sin comprender,
sin mapa, sin ruta.
Solo inercia.

Una marcha sostenida por el eco de una promesa invisible,
una que nunca se cumpliría.

En el camino quedaron paisajes, sí —
momentos que a veces recuerdo con nostalgia,
como si hubieran sido reales.
Pero eran solo estaciones emocionales sin nombre,
paraderos de un viaje sin conciencia.

Ahora estoy regresando.
O, mejor dicho: reapareciendo.
Porque volver no es simplemente bajarse del tren.
Es procesar el retorno.

Es recuperar los fragmentos perdidos,
los pedazos de mí que dejé atrás
mientras aparentaba avanzar.

El reto no es solo mirar atrás,
sino mirar adentro.

Regresar de esa disociación
entre lo que soy y lo que creí ser.
Dar marcha atrás no es retroceder.
Es volver al punto donde me perdí.

Y desde ahí —tal vez por primera vez—
con una mochila más ligera,
Caminar.
Avanzar.
Perdonar.
Perdonarme.

Carlos Abeo Trelles

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