Bitácora personal – Lima, 31 de agosto de 2024
C. Abeo
Dormí hasta las huevas y soñé con elefantes
“un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
—Superman
Son las 6:20. Abro los ojos y veo el cielo gris del invierno limeño.
Casi inmediatamente, mi cabeza asocia ese color con el amor: me imagino a las mujeres de mi vida como representaciones de un arcoíris imaginario. No profundizo mucho la idea. He dormido hasta las huevas: el último fantasma dejó de tirar piedras a la ventana a las 3:40.
Me siento cansado de pensar, imaginar, asociar cosas, y me pregunto:
¿Por qué mi cabeza funciona de esa manera?
Encuentro asociaciones donde —aparentemente— no hay nada que asociar: elefantes que representan la lentitud de una ciudad, pescados friolentos condenados a vivir en el helado mar, amores daltónicos y confundidos…
Mi vida transcurre en la metaforización eterna: dibujo, relaciono, integro, comparo…
Soy un cuerpo de adulto con la mente de un niño en Disney.
Se podría pensar en esta irracionalidad como una especie de superpoder:
veo cosas donde otros ni se enteran.
¡¡Yo no sé qué pensar o imaginar o dibujar!!
Se me ocurre una frase famosa: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.”
El asunto es que yo no me siento responsable del susodicho superpoder:
me aturde, me abruma, me jode, me aísla, me conduce a la soledad…
me duele el puto cuello.
—Y, entonces, ¿Por qué estudiaste Ingeniería?
¡¡Ahh!! Para eso se me ocurren tres respuestas:
- No tengo ni puta idea.
- Por supervivencia, por economía, para postular a Míster Universo…
- La más profunda: “Si estudias arte, te vas a cagar de hambre.”
“No puedes hacer surf porque te vas a ahogar.”
“Me gustaría que fueras ingeniero. Tu papá no lo logró.”
Mi cerebro, mi cabeza, mi mente… son una TV prendida eternamente.
Ojalá algún día se apague, al menos un rato.
Hasta entonces, seguiré buscando el control remoto de mi cabeza.
Aunque sospecho que se lo tragó el sofá hace años.
Deja una respuesta