Diario personal – Lima, 03 de agosto del 2025
C. Abeo
“¡Deja de lado lo huevón, que acá se impone lo práctico! ¡Si no eres práctico, no tiras!”, me había dicho mi hermano, magíster en Tinder y doctor en eficiencia emocional.
Así que, intrigado y algo escéptico, me creé una cuenta. Subí mis fotos más chulas (una con camisa blanca, otra con mi perra y una mirando al horizonte como si pensara en el sentido de la vida). Me lancé al ruedo.
Tinder y otras aplicaciones parecidas son una especie de universo paralelo: una mezcla entre feria, subasta y filtros. Es un catálogo de humanos donde el absurdo se disfraza de deseo y la necesidad de compañía compite con las ganas de validación.
Como soy hombre, voy a compartir mis hallazgos sobre las mujeres. No por machista, sino porque es mi punto de vista. Igual esto es una sátira, no un estudio antropológico, así que nadie se ofenda, por favor. O sí. No importa.
Tipo 1: “Soy una hembra completa. Si me cuidas, me entrego toda. Pasa de largo si buscas sexo fácil, soy una mujer de valores.”
Esta es la estrategia de la economía de escala: lanzo un pistoletazo directo al deseo masculino, pesco a varios, pero luego subo la valla. Como si el objetivo fuera llenar la canasta de tramboyos y —si estas de suerte— te toca un lenguado.
Tipo 2: “Cero traumas. Busco un compañero de aventuras. Viajar, comer rico y reír. Hombre con estabilidad emocional.”
Esta estrategia prioriza los cursos express de mindfulness en lata. Una especie de pan recién salido de un horno emocional que, supuestamente, ya sanó todos sus traumas. Como si los vacíos existenciales se sanaran viendo documentales de Netflix y comiendo hummus con vino.
Tipo 3: “I love travel, food and deep conversations. I’m practicing my English.”
Estrategia directa a la green card. Da igual si el gringo está emocionalmente destruido, lo que importa es que hable inglés y tenga pasaporte azul marino. Se presentan como artesanías de exportación: deseo, wifi y Google Translate.
Tipo 4: “Amante de las conversaciones profundas.”
Este ítem aparece en 8 de cada 10 perfiles. Nunca entendí bien a qué se refieren. Sospecho que ellas tampoco. ¿Una conversación profunda es hablar de la infancia? ¿Del alma? ¿Del horóscopo chino? Termina siendo una trampa semántica donde cualquier cosa puede calificar… o no.
Después de recorrer perfiles como quien busca ofertas en una feria sin toldo, toca la fase del match. Y si la suerte te acompaña, empieza el juego.
Tras cinco minutos de charla amable —donde ambos fingen interés y sentido del humor— llega la entrevista de Recursos Humanos:
– ¿Divorciado o separado?
– ¿Casa propia o alquilada?
– ¿Hijos? ¿Edad exacta, sin redondear?
– ¿Te llevas bien con tu ex?
Una vez entregado tu CV emocional, te dan un pase provisional: “Me caes bien, ojalá hablemos mañana”. Y arranca el proceso de selección.
No hay mucho más que hacer. Solo esperar que tus habilidades ejecutivas, tu foto con la perra y tu camisa blanca hayan convencido a la dirección de que eres apto para gestionar dramas y emociones ajenas.
El proceso es largo. Pero, sobre todo, es absurdo.
Tinder se parece más a un Marketplace de artículos vintage con sobreprecio, o a una bolsa de trabajo que busca gerentes senior dispuestos a cobrar sueldo mínimo.
Aquí no escoges el premio: el premio te escoge a ti.
Quizás mi hermano tenga razón. Tal vez hay que dejar de ser tan huevón y jugar el juego.
O tal vez, tampoco sea tan terrible quedarse sin tirar.
La verdad, no lo sé.
El tiempo, el algoritmo y las estrellas lo dirán.
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